Caféine
Martina caminó agitada & quiso mirar atrás, pero no pudo. Tamara se había quedado con la boca llena de palabras y ella con sus ojos llenos de lágrimas de aire. Tomó un taxi, tenía una cita con cierta chica pasada, con cierta María de sus historias, con cierto extraño en la feria local. Tan extraña & la vez tan propia de sus sueños que le resultaba bastante cómoda de sentir. Sus le recordaban una primavera de vidas pasadas, que moría por repetir. Un tiempo atrás Martina buscaba forma en sus letras, al fantasma que paseaba en sus sueños. Y decidió que María era quién mejor color le daba a tal vacante. Había dejado de confiar en la gente que se enamoraba con una mirada, por eso no confiaba en sí misma. Luego de separarse de Tamara había pasado por tantos amores baratos, de una sola noche, que parecían haber sido cortados de un libro de manualidades, tan simples, que en su agenda rebosante de compromisos había tachado cualquier cita con esos seres de papel.
“…Te espere tanto María” se dijo al llegar al café donde se encontraron, Martina tenía miedo, puso sus pupilas en ella y su mirada se le quedo en los ojos, la saludó con un beso en la mejilla y le pidió que la acompañara por un cigarrillo, tenía tantos nervios que se sentía como en una cita adolescente, no podía mirarla así que se concentro en el humo que expedía su cigarrillo, le pregunto qué tal estaba y entablaron una conversación llena de anécdotas triviales. Martina se concentraba en sus manos, sus uñas y aprovechaba cualquier descuido de María para poder mirarla y sonreír. La tarde transcurrió, en la ciudad helaba pero esta extraña le dio todo el calor que el alma de Martina pudo necesitar por aquella época. María tenía que marcharse, ella quiso gritarle no te marches, quédate cinco minutos más, algo le dijo que no debía.
Martina regresó a casa con una extraña en la mitad de su pecho y espalda, tal vez yo no tendría que buscar cada noche en sus cuentos al fantasma caminante de sus sueños, pero debía cuidar su espalda. A la hora de dormir Martina, quiso recordar el rostro de María y no lo logro, sólo veía aquel par de ojos gitanos, misteriosos, precisos, lúgubres y tan brillantes como sólo unos antes.
Martina y María siguieron descubriendo un camino por delante. Risas, promesas, nubes, sol “ganas de esperarte un poquito más”. Pero María caminando en su cabeza no era cómodo para ella, los momentos que compartían eran tan fugaces, que Martina no podía recordar aún su rostro, que algún individuo en su conciencia le gritaba que no, pero su corazón ya en llamas no tenía vuelta atrás. Atrapada en sus besos, en la seguridad de sus brazos, en la infinitud de su sonrisa y la perfección de sus ojos. Que se decía a sí misma como no podía pasar nada, otro amor barato tenía cara de ser. De repente, una brisa vino y le dijo “Martina ten cuidado” y su paz se fue por la calle hacía al mar. La calma fue en otra excursión de placer, llevándose a cordura de la mano. Entonces tal vez nunca debió querer abrazarla por siempre, para tener que recordarla como ese amor de feria que estuvo en la ciudad por poco tiempo y debió marcharse, para entender que María no era un amor barato de papel, era, no sabe lo que era.
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