domingo, 8 de mayo de 2011

Flores de despedida

Lichis

Eran las tres de la mañana Tamara y Martina se habían encontrado aquel día, sólo que esta vez Martina no había huido, quería tanto sostenerla en sus brazos, sentir su aroma, ver sus pestañas adornar esos grandes ojos que tanto le habían hecho soñar. Tenerla cerca y poder escuchar su risa, y contemplarla sin dolor, tal vez era la recompensa a algo que no tenía idea que. El día estaba soleado, eso hacía que sus ojos brillaran más. Como disfrutaba el brillo de sus ojos, las pausas que tomaba articular las palabras, incluso como movía sus manos para acomodar su pelo. Había pasado tanto tiempo y sin embargo era como si ni un sólo día se hubiera interpuesto entre sus historias.

Las horas pasaron tan rápido, que tal vez no fueron suficientes para todas las cosas que Martina quiso decir, pero que en realidad no pronunció ni una sola. Tal vez sus ojos hacían reflejos de todas las palabras que en el tintero y tal vez comprendió que así sería más fácil, todo lo que no se dice tiene la cualidad de ser mejor escuchado.

El sol iba bajando & Martina sabía que el tiempo se iba acabando, era como si hubiera comprado un pedazo de esa infinita magnitud y que esta llegaba a su fin. Sabía que unos minutos, Tamara cruzaría la calle y seguramente no la volvería a ver. Su silencio había pronunciado cada detalle, prudentemente en su cabeza deseo tenerla como siempre, caminando de su mano pero no podía. Prudencia no lo permitía y cordura aseguraba que no sería buena idea. Gente grata y estos finales ingratos. Final. Que miedo.

El tiempo se agoto y tuvieron que despedirse de nuevo, decir adiós de nuevo era lo de menos, en muchas oportunidades, lo difícil sería saber era a donde iría luego de despedirla o tal vez seguir su camino sin mirar hacia atrás y correr para detenerla, mirarla y decirle. Ven, vamos hay que huir. Una estrella fugaz me dijo que teníamos que luchar. Pero Martina no podía decir nada, sólo la miro abrió la boca pero ningún saludo salió articulado. La valentía se le había ido navegando en el barquito de papel, que había construido hace rato para navegar en la tormenta pasada. La sensatez era su droga ahora y debía respetar.

Le pidió que se cuidara que por favor no dejará nunca de ser feliz, tal vez sólo así sería completo su remedo de felicidad junto a ella.

-Siempre te imagine, despertando en la mañana a mi lado y yo pidiéndote que no fueras a trabajar. Te imagine corriendo por los pasillos de la casa, en el jardín jugando con el perro, el gato y los niños. En un día soleado sobre el pasto, queriendo alcanzar las nubes, en las noches con un par de velas y una cena improvisada. En la playa, caminando, en el bosque corriendo, Leyendo tus labios a lo lejos, escuchando tus miradas, sintiendo tus latidos, dejando todo a tu lado.

-¿Martina?

Martina se había quedado mirando a lo lejos pensando en que decir.

-No te vayas, cruza la calle conmigo, quédate. Mírame…

-Cuídate.

Le dio un beso en la mejilla y guardo su aroma para siempre en la memoria.

-Te amo susurro. Hasta siempre.

Martina caminó y caminó, hasta que se sintiera segura que si miraba atrás ninguna imprudencia sería cometida, camino y camino y supo que jamás nadie borraría a Tamara de su vida.

sábado, 7 de mayo de 2011

Flores de despedida

Caféine





Martina caminó agitada & quiso mirar atrás, pero no pudo. Tamara se había quedado con la boca llena de palabras y ella con sus ojos llenos de lágrimas de aire. Tomó un taxi, tenía una cita con cierta chica pasada, con cierta María de sus historias, con cierto extraño en la feria local. Tan extraña & la vez tan propia de sus sueños que le resultaba bastante cómoda de sentir. Sus le recordaban una primavera de vidas pasadas, que moría por repetir. Un tiempo atrás Martina buscaba forma en sus letras, al fantasma que paseaba en sus sueños. Y decidió que María era quién mejor color le daba a tal vacante. Había dejado de confiar en la gente que se enamoraba con una mirada, por eso no confiaba en sí misma. Luego de separarse de Tamara había pasado por tantos amores baratos, de una sola noche, que parecían haber sido cortados de un libro de manualidades, tan simples, que en su agenda rebosante de compromisos había tachado cualquier cita con esos seres de papel.

“…Te espere tanto María” se dijo al llegar al café donde se encontraron, Martina tenía miedo, puso sus pupilas en ella y su mirada se le quedo en los ojos, la saludó con un beso en la mejilla y le pidió que la acompañara por un cigarrillo, tenía tantos nervios que se sentía como en una cita adolescente, no podía mirarla así que se concentro en el humo que expedía su cigarrillo, le pregunto qué tal estaba y entablaron una conversación llena de anécdotas triviales. Martina se concentraba en sus manos, sus uñas y aprovechaba cualquier descuido de María para poder mirarla y sonreír. La tarde transcurrió, en la ciudad helaba pero esta extraña le dio todo el calor que el alma de Martina pudo necesitar por aquella época. María tenía que marcharse, ella quiso gritarle no te marches, quédate cinco minutos más, algo le dijo que no debía.
Martina regresó a casa con una extraña en la mitad de su pecho y espalda, tal vez yo no tendría que buscar cada noche en sus cuentos al fantasma caminante de sus sueños, pero debía cuidar su espalda. A la hora de dormir Martina, quiso recordar el rostro de María y no lo logro, sólo veía aquel par de ojos gitanos, misteriosos, precisos, lúgubres y tan brillantes como sólo unos antes.



Martina y María siguieron descubriendo un camino por delante. Risas, promesas, nubes, sol “ganas de esperarte un poquito más”. Pero María caminando en su cabeza no era cómodo para ella, los momentos que compartían eran tan fugaces, que Martina no podía recordar aún su rostro, que algún individuo en su conciencia le gritaba que no, pero su corazón ya en llamas no tenía vuelta atrás. Atrapada en sus besos, en la seguridad de sus brazos, en la infinitud de su sonrisa y la perfección de sus ojos. Que se decía a sí misma como no podía pasar nada, otro amor barato tenía cara de ser. De repente, una brisa vino y le dijo “Martina ten cuidado” y su paz se fue por la calle hacía al mar. La calma fue en otra excursión de placer, llevándose a cordura de la mano. Entonces tal vez nunca debió querer abrazarla por siempre, para tener que recordarla como ese amor de feria que estuvo en la ciudad por poco tiempo y debió marcharse, para entender que María no era un amor barato de papel, era, no sabe lo que era.